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Falta de reglamanto cívico provoca que Tlalnepantla se haya convertido en una tierra de nadie y sin ley

  • Policías de Tránsito Municipal dedicados a proteger a comerciantes y franeleros abusivos.

 

Lejos de prevalecer en este municipio la cultura cívica y el respeto al derecho de los ciudadanos, las calles se encuentran secuestradas por quienes se sienten dueños de ellas y que creen que los espacios para estacionarse en la vía pública les pertenecen, privatizándolos en contubernio con autoridades corruptas y prepotentes.

Esta situación es particularmente notoria en la avenida Sor Juana Inés de la Cruz, en la zona centro de esta ciudad, donde los franeleros, conocidos también como “viene viene”, controlan a su antojo los sitios en los que los automovilistas requieren dejar sus vehículos.

Actuando como auténticos gángsters de la calle, los franeleros le complican la existencia a los conductores que necesitan realizar algún trámite en las instalaciones de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) que se encuentran sobre dicha vialidad, colocando toda clase de obstáculos como traficonos, huacales y cajas para impedirles estacionarse, a no ser que acepten sus condiciones y que les paguen por su “servicio.”

De lo contrario, los agresivos sujetos amenazan, insultan y hasta golpean a los automovilistas que se niegan a convertirse en sus rehenes, lo que ha derivado en lesiones, hospitalizaciones y hasta en el fallecimiento de algún conductor, transformándose este municipio, considerado uno de los más importantes del país, en una tierra sin ley.

Lo mismo ocurre en la zona de la taquería “La Hija del Paisano”, también ubicada sobre Sor Juana, donde los franeleros, protegidos por influyente taquero y autoridades sin escrúpulos se han unido en un infernal contubernio, para someter a sus intereses a los automovilistas que se ven forzados a pagar como si hubiera ahí servicio de valet parking.

No conformes con el dinero que van a gastar en ese lugar los comensales, esa voraz tríada les exprime el bolsillo cobrándoles cual mafia el derecho de piso, para poder aparcar sus automóviles, mientras se encuentran al interior de la taquería.

Y es que el negocio lo tienen perfectamente montado y cuadrado: automovilista que no acepta las condiciones de los franeleros para ocupar un lugar de estacionamiento por ellos designado, es inmediatamente cazado por la policía de Tránsito del gobierno local, cuyos elementos amagan con infraccionarlos, a menos que “le entren” para que no lo hagan y corran también el riesgo de que sus carros sean llevados al corralón.

Por si fuera poco, al estar en manos de mujeres uniformadas el tema de las infracciones, éstas aprovechan la situación para acusar de “violencia de género” a todo aquel que se atreva a expresar su inconformidad con la manera en que proceden, amagando con llevarlos detenidos a las galeras de la Oficialía Calificadora.

Pero si se trata de asumir responsabilidades, nadie quiere hacerlo, ya que cuando los ciudadanos piden una explicación de estos abusos a los elementos de Tránsito, simplemente se deslindan y culpan al área de Movilidad del gobierno municipal, a la que señalan de ser la que “renta” los espacios para estacionarse.

Todo el enojo e inconformidad de los conductores, sin embargo, no significa nada para las autoridades, ya que el gobierno de Tlalnepantla no aplica un programa que supuestamente tiene como finalidad dignificar la dinámica de la vida pública en la demarcación y particularmente, en la zona del centro histórico.

El otro problema, es que ni el actual cabildo ni los anteriores, se han ocupado de legislar para generar un reglamento de cultura cívica, que evite que las calles sean secuestradas y privatizadas por las organizaciones que fomentan las agresivas acciones de los franeleros y mucho menos, han dispuesto medidas concretas para que no se susciten las fricciones entre éstos y los conductores.

Además, no existe tampoco una supervisión formal y contundente, que frene los abusos de la policía de Tránsito, que de lo que se ocupa no es de defender al ciudadano, sino de convertirlo en víctima, para que se pueda llevar “la gata” a los mandos superiores y cumplir así con la cuota económica de cada elemento.