Por Ivette Estrada
La autocracia es la enfermedad del poder. La raíz de malas decisiones que tratan de perpetuar a una persona en los gobiernos políticos o corporativos y la renuencia a no ver los errores y el inminente fin de los ciclos. Es el principio que explica los malabares de las reelecciones y la perpetuación del mando. Es la persecución de privilegios y dádivas a costa de la democracia. Es la locura en la que están insertos infinidad de políticos y CEOs que debarrancan empresas.
A lo largo de la historia existe un asombroso fenómeno: con el tiempo, los líderes se vuelven más represivos y se rodean de colaboradores que siempre dicen concuerdan con ellos y les dan alas a sus más locos proyectos.
Es un fenómeno que no sólo se vive a través de unas elecciones anticipadas en el partido en el poder de México, sino en grades errores históricos como la decisión del emperador Nicolás II de entrar en la Primera Guerra Mundial o la invasión de Kuwait por Saddam Hussein e incluso la invasión de Rusia a Ucrania…
Los autocráticos tienen un historial de entrar en conflictos innecesarios que en última instancia debilitan o derriban sus propios regímenes. Aunque es más perceptible en el entorno gubernamental, distintas organizaciones experimentaron el fracaso por no frenar decisiones incorrectas. Un caso emblemático es Enron que se declaró en Bancarota en 20201 cunado no se pudo frenar una cultura de corruptelas.
¿Cómo puede explicarse la obstinación destructiva? La teoría de juegos es una explicación convincente: las burocracias complejas que rodean a los gobernantes autoritarios, degeneran gradualmente a medida que los líderes reprimen a los opositores y evitan a los asesores sinceros. A medida que continúa la espiral descendente, los autócratas solo se quedan con la guía cuestionable de los aduladores.
Hay dos ejemplos actuales: Putin en Rusia, López Obrador en México. En ambos casos, logros aparentemente sólidos se resquebrajan por el afán de perpetuarse en el poder.
Aferrarse al poder incide en la corrupción de las instituciones de arriba hacia abajo y generar grandes gastos, como el presupuesto empleado por el partido en el poder en México para legtimar una decisión presidencial de sucesión o “dedazo” como establece el argot.
Esta es la ruta de degeneración: permanencia del poder a toda costa, aún con el empleo de la represión que va de la descalificación, persecución, arresto e incluso ejecución.
El segundo elemento del modelo es la elección de asesores. El líder tiene dos opciones: puede nombrar a personas que no son las más inteligentes pero son completamente leales, o puede elegir a aquellas que son altamente competentes pero potencialmente peligrosas para él. La mayoría opta por la primera opción.
Pero quien siempre dice si genera una obscura sensación en el líder: lo vuelve más paranoico y represivo, aunque no haya una amenaza real. Entonces el régimen comienza a colapsar. En una autocracia, las cosas siempre van para abajo, a la ineptitud.
En la teoría de juegos, mantenerse en el poder depende de que el poder no descanse en un individuo durante demasiado tiempo.
Por ello traspasar un bastón de mando, un símbolo de perpetuación o traspaso de poder, debe mirarse con recelo: es una señal inequívoca del autócrata y de la descomposición del sistema gubernamental y operativo.