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ABANICO/ La eterna e irreconocible dualidad

Por Ivette Estrada

El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde nos fascina porque exhibe un trastorno de personalidad en el que podemos ver los claro-obscuros que todos poseemos, aunque no de manera tan drástica y tajante. Sin embargo, si existe una personalidad dulce, candorosa y amable a la que la parte más pragmática impone actos de defensa o contra ataque.

Es aquel personaje rudo que nos fustiga a “no dejarnos, no confiar e imponernos”. Es quien nos alerta de un peligro inminente y nos dicta órdenes contundentes para impedir agravios. Es el dragón que habita en cada uno de nosotros, el destructor que paradójicamente nos cuida sin imaginarlo siquiera.

Soñé que era víctima de un robo y temía recuperar lo mío, incluso levantar la voz. Me veía encogida y lacrimosa, como una víctima. Entonces una figura enorme me comenzó a acicatear para ir por lo mío.

-Tengo miedo. Yo no soy tan grande y poderosa como tú. Yo no puedo…

-Lo vas a hacer. Aunque aparentemente no obtengas nada debes pelear por tu propia dignidad. Por tu autoconcepto, porque sólo tú debes preservar la mejor imagen de ti.

Voltee a ver a quien me imponía acabar la inercia de indefensión. Me sorprendió mirar que era yo.

Ah, los sueños, los velos que esconden al subconsciente…fue en ellos que hallé la dualidad. Nadie es totalmente blanco o negro. Todos poseemos infinitos matices. Todos ellos conforman nuestra unicidad. Nada es un tajante bueno o malo. El maniqueísmo es una mentirosa interpretación de lo real.

No es la dualidad el extremismo, la intersección de dos polos opuestos. Es parte de lo que somos, lo que nos describe e impulsa. Rehusar a ver nuestro “otro” rostro, es un artilugio simplista y mezquino de lo que no aceptamos.

Por ello, aunque prefiramos arquetipo de creador o mago, debemos ver que en cada uno existen muchos otros como el el asceta, el héroe o rebelde. Pero incluso los 12 paradigmas de Carl Gustav Jung aparecen incompletos para tratar de definir lo que cada uno de nosotros es.

¿Para qué adentrarnos en conocer nuestros matices y aparentes sombras? Por que es parte de un ejercicio eterno de auto reconocimiento. Logra multiplicar posibilidades de experiencia y vida.

Pero al unísono, lograr admitir dos personalidades contrapuestas en cada uno logra que nuestra mente se enriquezca de percepciones sobre percepciones y propuestas del mundo, que se enciendan ideas y podamos crear narrativas menos acotadas de lo que es el mundo y las ideas.

La propia aceptación de una dualidad, sólo por simplificar el caleidoscopio de lo que somos, nos lega una importante cimiente para percibir el mundo. Y no, no es necesaria una bifurcación tajante como los personajes del escritor británico Stevenson. La realidad es más que luz y oscuridad. Es un lienzo lleno de matices.

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