Por Ivette Estrada
En el mes de la mujer hablemos de ellos, de cómo se conceptualiza el ser hombre en la era digital.
La masculinidad se construye a partir de varias prácticas culturales. En ellas aparecen distintas ideologías y conformaciones del hombre. Tenemos la visión del patriarca que enfatiza poder y dominio, pero también al individualista de la modernidad que usa la violencia y poder para conservar sus derechos.
A la par, se nos presenta el hombre que excluye y subordina a la otredad. Y también está quien manifiesta un heterosexismo homofóbico.
Pero más allá de estos paradigmas, del imaginario popular donde el hombre es el victimario que agrede y veja, es posible que sea otro u otra quien lo doblega, anula, controla, somete y domina. A él también le pueden escatimar libertad y dignidad.
Esta noción nos permite percibir al varón como un ser vulnerable y nos acerca más a una concepción integral y humanista.
Por supuesto, esto contrasta con el estereotipo de género. En éste se acotan las posibilidades de realización y felicidad del hombre. Derrumba peligrosas creencias de alta resistencia al dolor físico y emocional, asumir que el cuidado es una actitud/actividad femenina o que que todo lo deben resolver ellos.
Los prejuicios de fuerza, tolerancia (aguante) y autosuficiencia impuestos a los hombres, asimismo, pueden limitar y segregarlos de muchas experiencias de colaboración, disfrute y vida. E incluso, orillarlos hacia violencia hacia si mismos por omisión de cuidado de sí.
Al mismo tiempo, perniciosas costumbres sociales, pueden dejar la soledad y silencio como el único camino para los varones.
Los estereotipos de la femineidad/masculinidad reducen la dimensión del ser. Acotan su multidimensionalidad a patrones fijos, reiterativos, simplistas, carentes de matices y coartan a la vez esencias, individualidad y personalidad. Son exageraciones que simplifican la realidad para que nos adoptemos a distintas normas impuestas.
Sin embargo, la imposición de modelos de género suele dañar. Prefijar cómo debe ser nuestra vida, preconcebir la realización e incluso normar como pensar, decidir y actuar conduce al reduccionismo, a la simpleza y mentira. También a la despersonalización y deshumanización.
En una era donde apostamos por la inclusión, transversalidad, colaboración y equidad, es importante rescatar los conceptos que tenemos de cada uno de los géneros. Romper atavismos sobre lo que se debe ser puede generar visiones más fidedignas de lo que somos y las posibilidades que tenemos.
Así, más allá que establecer a priori lo que debe ser una mujer o un hombre, debemos mirarlos con personas con ideas, vidas, destrezas y credos propios. Debemos regresar a una percepción holística y libre.
Marzo es un mes en el que debemos conmemorar logros de equidad. No sólo de nosotras. También de ellos.