PULSO
Eduardo Meraz
Con todos los “asegunes” a considerar por quien prefiere dejar el campo de batalla, cuando en otros momentos también ha sido parte y aval de la traición como signo distintivo de los partidos políticos en México, los mexicanos estaríamos entrando al lado oscuro de la democracia, donde lo importante no es si tocan o no tú voto, sino cómo lo negocian los machuchones partidistas.
Antes por comisión y hoy por omisión, el partido naranja -Movimiento Ciudadano- ha decidido no participar en las elecciones del presente año para renovar las gubernaturas de los estados de Coahuila y Mexico porque, según el senador Juan Zepeda, el resultado de los comicios en las dos entidades ya está pactado entre el Revolucionario Institucional y Morena.
En cónclave de la dirigencia de MC encabezada por Dante Delgado y en presencia de Juan Zepeda, el partido naranja recalcó que no es ningún secreto que los partidos en el poder se pusieron de acuerdo entre ellos para que todo siga igual.
El supuesto alejamiento del partido naranja de este tipo de acuerdos, para presentarse como una agrupación casta y pura nadie se la cree, si se toma en cuenta sus orígenes y la forma en cómo han actuado sus gobernadores y legisladores, que han pasado de la aparente rebeldía a la subordinación en sus tratos con el habitante temporal del palacio virreinal.
Por el beneplácito otorgado por las agrupaciones aliadas de ambos bandos, estamos frente a un panorama poco alentador para que el voto de la ciudadanía realmente exprese su voluntad de elegir “libremente” a sus autoridades.
Este adelanto de probables alianzas en lo oscurito para 2024, donde la combinación naranja-rojo-guinda harían tándem para burlar la voluntad del electorado, nos dejarían a los ciudadanos en total indefensión pero, a cambio, se les garantizaría a los partidos y a sus dirigentes no caer en el error de quedar fuera del presupuesto, de seguir viviendo del dinero de los contribuyentes.
Con este tipo de sucios acuerdos, declarar la inconstitucionalidad del Plan B de reforma electoral propuesto por el oficialismo carece de sentido, pues las dirigencias partidistas se encaminan hacia el establecimiento de una partidocracia bastante rupestre.
Aun cuando cada partido se autodesigna diferente y auténtico al resto de sus competidores, en los hechos dejan constancia de ser todos coyotes de la misma loma. El gusto por los recursos públicos ha pervertido ideales; el agrupamiento entre ellos, dejando de lado las diferencias -algunas profundas-, es clara manifestación del dulce encanto por el dinero y las prebendas.
Pudiera parecer pesimista, pero la calidad de la actual clase política deja mucho que desear; el pragmatismo inunda su actuar y nada ocupa más su tiempo y esfuerzos que denostar a sus adversarios de dentro y de fuera. Los documentos básicos se pudren en el olvido o son ocupados para limpiar culpas y pecados.
Si algo distingue a un partido de otro son los usos y costumbres en como ejercen a plenitud el mecanismo de cuotas y cuates; los militantes de pie son un mal necesario que permite a los cuadros intermedios pellizcar de los sobrantes de las prerrogativas.
La traición a principios y la simulación de procesos democráticos son las principales características de todos los partidos políticos, sin excepción. Conductas que replican hacia el exterior, tanto en sus tratos con otras agrupaciones como con la sociedad.
Salir del lado oscuro de la democracia en el que nos han metido los partidos políticos no será tarea sencilla y, desafortunadamente, las elecciones de 2024 ya están a la vista, así como la posibilidad de caer en una “dictadura imperfecta”.
He dicho.
EFECTO DOMINÓ
Como habíamos anticipado, los vientos del norte semejan un ventarrón. La conjunción de narcotráfico, transgénicos, energéticos y seguridad de ciudadanos estadounidenses, pueden convertirse en tornado.
@Edumermo